Octubre
¿Cómo definirías el sonido de un avión? Como el inicio de un trueno, esa vibración antes del ruido, pensé en responderle, pero no lo hice o, más bien, no estoy segura de ello, de si escuchó, de si continuó hablando, inmóvil, de si nuestras manos se alcanzaron, de si hubo un abrazo o cualquier tipo de consuelo para ofrecerme mientras veía el cielo, devastada, después de aquella pregunta. Antes le dije que me gustaba ver pasar los aviones desde la terraza, que allí me sentía a gusto, pero en esa ocasión tomaba cerveza y veía su cabello, no estaba diciéndole algo extraordinario; de hecho, hay muchas cosas extraordinarias sobre mí que no le he dicho, preferí lo banal, lo cotidiano, recuerdos de juventud, nombres de mascotas. Cada vez que nos encontramos quiero contarle todo, exponerme completa, no paro de hablar hasta llegar a ser molesta. Quizás podría escribirle un cuento por semana, pero me dijo que no le gustan las historias sobre escritores, entonces qué podría hacer yo si solo soy escritora, ¿en quién o qué podría convertirme?; sé de gente real que aún se une al circo. Escuché en la calle que un chico lobo estaba por retirarse, lo entrevistaron, dijo que estaba cansado de tomar alcohol y del circo, que ya habían pasado muchos años de vicio. Quizás podría escribirle un cuento sobre licántropos, que no es lo mismo, pero suena más intelectual, podría inventar una historia fantástica sobre seres más extraordinarios que yo, por día, entregarle un manuscrito porque no entiende mi voz. La escritura de tu cuento es como la de Faulkner, me dijo una vez, y yo me ofendí muchísimo, o pensé escuchar eso para ofenderme muchísimo, y callé. Aquel silencio resulta minúsculo ahora, las horas son minúsculas ahora, mi voz se ha amplificado hacia el mar.
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