Sobre las flores que compré aquel día y su escritura póstuma

LUNES

—Tempestad

He sobrevivido al hartazgo, cada dedo entra en mi boca para descubrirlos completos, intactos, pero qué tocarán sino una piel que se sabe otra, deshabitada, ínfima, pendiendo de un hilo. He sobrevivido al hartazgo, ahora el puño cerrado y el sonido de los dientes que chocan, que impiden el quiebre, que chillan y se enroscan hasta volverse espiral, asfixiándome. He sobrevivido al hartazgo de roerme a mí misma, cada noche, con la imposibilidad de habitar un sueño donde no existo. Ya cantan el día los pájaros, debo cerrar cada ventana, ocultarme.


MARTES

—Revelación

Dijiste que sobreviviría cuatro días, cuatro días, cuatro días, cuatro días de veinticuatro horas, cuatro días de insomnio, cuatro días de angustia, cuatro días de miedo, dijiste, que, sobreviviría cuatro días, no cuarenta, no cuatrocientos, no cuatromil, solo cuatro. Y yo lloré, lloré mucho, cambiando el agua del jarrón y pensando en mi muerte.


MIÉRCOLES

—Silencio

Qué es esa voz que canta, ¿puedes escucharla? Tú, que no tienes rostro, ni manos, ni palabras. Qué es eso que te nombra, que te clama, ¿puedes escucharlo?, ¿puedes pronunciar, apenas, las iniciales de mis nombres? He despertado sola, sola, sola, sola, he de despertar sola siempre. 



JUEVES

—Hastío

Hablo en otros idiomas, prefiero hablar en otros idiomas. 



VIERNES

—Sueño

Ya no hay mar, no sueño con nuestros rostros, han desaparecido, todo se me ha negado, al fin. 


SÁBADO

—Agua

De regreso a casa vi cada montaña, el sol desaparecía y, pensé, todo esto es arena, tierra estéril y náufraga, distante, tuya. 



DOMINGO

—Cortar

¿Quién esparcirá mis restos?





(ejercicio de escritura de diarios, 20 minutos, durante el taller de poesía Incurable que dicté el mes pasado)


EL SONIDO DE UN AVIÓN


Octubre 

¿Cómo definirías el sonido de un avión? Como el inicio de un trueno, esa vibración antes del ruido, pensé en responderle, pero no lo hice o, más bien, no estoy segura de ello, de si escuchó, de si continuó hablando, inmóvil, de si nuestras manos se alcanzaron, de si hubo un abrazo o cualquier tipo de consuelo para ofrecerme mientras veía el cielo, devastada, después de aquella pregunta. Antes le dije que me gustaba ver pasar los aviones desde la terraza, que allí me sentía a gusto, pero en esa ocasión tomaba cerveza y veía su cabello, no estaba diciéndole algo extraordinario; de hecho, hay muchas cosas extraordinarias sobre mí que no le he dicho, preferí lo banal, lo cotidiano, recuerdos de juventud, nombres de mascotas. Cada vez que nos encontramos quiero contarle todo, exponerme completa, no paro de hablar hasta llegar a ser molesta. Quizás podría escribirle un cuento por semana, pero me dijo que no le gustan las historias sobre escritores, entonces qué podría hacer yo si solo soy escritora, ¿en quién o qué podría convertirme?; sé de gente real que aún se une al circo. Escuché en la calle que un chico lobo estaba por retirarse, lo entrevistaron, dijo que estaba cansado de tomar alcohol y del circo, que ya habían pasado muchos años de vicio. Quizás podría escribirle un cuento sobre licántropos, que no es lo mismo, pero suena más intelectual, podría inventar una historia fantástica sobre seres más extraordinarios que yo, por día, entregarle un manuscrito porque no entiende mi voz. La escritura de tu cuento es como la de Faulkner, me dijo una vez, y yo me ofendí muchísimo, o pensé escuchar eso para ofenderme muchísimo, y callé. Aquel silencio resulta minúsculo ahora, las horas son minúsculas ahora, mi voz se ha amplificado hacia el mar.